domingo, 3 de mayo de 2009

A mi madre:



Me pasé aquella tarde a visitarte
en unos de esos impulsos extraños
que nos mueven, a veces,
sin razón aparente.

Tú veías caer la tarde desde la ventana.

Mientras charlábamos
llegaba hasta nosotras el aroma de los pinos
y el rumor del río cercano.

Mamá estás muy guapa!
y eso que no me pongo nada, decías...
con tus noventa y pico años.

Y todavía tienes las piernas bonitas,
añadía yo -para halagarte-
y sorprendida, a la vez, pues era cierto.

Se llenaba de dorados la alcoba
mientras las dos reíamos
y yo te contaba algunas cosas,
intrascendentes,
de mi vida.

Al despedirme, te dejé algunos libros
en la mesita.

Qué llena de ti me dejas, hija!
-dijiste-. cuando ya me iba
sonriendo
y sin volver la cabeza.

Y ambas ignorábamos
que aquella sería
la última vez que nos veiamos.

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