lunes, 14 de septiembre de 2009

Adagio

Me gusta el silencio.

Me gusta casi palpar como se adentra en el cuarto, como se estira, como danza, como va dejando su manto en los objetos inertes, dejando una estela que los hace parecer aún más inertes. Como se va alargando, de la casa al jardín, del jardín al camino, del camino al mar.

O tal vez fue al contrario? Llegó pausadamente de la playa, invadió el camino, cruzó el jardín y cubrió la casa hasta invadirme a mí misma?

Por las mañanas, el silencio y yo hacemos buenas migas. Por no quebrantarlo voy descalza a hacer café. Todos duermen. Incluso los árboles. Incluso la loza, reclinada en el banquillo.

No hay llavines chirriando en las cerraduras, como últimos testigos de la noche, no hay estruendo de tráfico, ni gritos de vecinos, ni juegos de niños, ni cantos de pájaros y han cesado los murmullos de los amantes.
Silencio sólo.
Y lo respeto.
Silencio alisando los últimos miedos. Los primeros presagios.
Silencio.
Y si alguna mañana, extrañamente, decido romperlo, entonces escucho...

Mila Villanueva

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